Por: Miriam Xiomara Pacsi Urbina
Asesoría temática: Déborah G. Seminario
¿Será la educación una forma de respuesta a la Inclusión de las Personas con Discapacidad? En la presente nota intentaremos responder esta pregunta. Primero, tengamos en cuenta que la educación es un proceso fundamental para el desarrollo, tanto de todo individuo como de la sociedad en su conjunto. La educación inclusiva sustenta que la educación no debe considerarse como el privilegio de unos pocos, sino como un derecho de todos, tal como lo establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).
Lamentablemente, la inclusión plena de las Personas con Discapacidad (PcD) en nuestro país está lejos de lograrse. Según datos proporcionados por el Ministerio de Educación (2012), solo 42,132 personas con discapacidad están matriculadas en las distintas modalidades y niveles del sistema educativo nacional. En el Perú existen 162 mil 266 personas con discapacidad (PCD) en edad escolar. De estas, solo 75 mil 57 asisten a la escuela, según la Encuesta Nacional especializada en Discapacidad (ENEDIS, 2019). Las 87 mil 209 personas que se quedan en casa pertenecen al 9% de niños entre 6 y 9 años del ámbito rural, el 17% de estudiantes de 12 a 17 años cuyo idioma nativo es el Quechua y Aymara, y el 35% de estudiantes en la Amazonía no asisten a la escuela. Pese a que la legislación peruana establece que los colegios regulares deben admitir o reservar al menos dos de sus vacantes para los niños que tienen dificultades o discapacidades de todo tipo.
CAPAZ realizó una entrevista a Katherine Dayana Britto Gonzales, licenciada colegiada en Psicología con mención en Psicología Educacional (PUCP) y especialista en el tema de educación inclusiva, para conversar cómo se debería poner en práctica la educación inclusiva en el Perú, qué es lo que busca y cuáles son los retos actuales. Desde sus líneas de investigación, intervención y reflexión sobre cómo las escuelas construyen un enfoque inclusivo y de atención a la diversidad, considera de vital importancia la incidencia política, prácticas pedagógicas y cultura escolar.
La educación inclusiva es la mejor manera de atender a la diversidad inherente de los estudiantes en nuestro sistema. Por mucho tiempo la educación inclusiva ha sido considerada solo para las personas con discapacidad… pero hoy en día, el concepto de inclusión como enfoque va más allá de la discapacidad y nos referimos a que todos los estudiantes puedan tener la mejor calidad de educación, brindándoles los apoyos necesarios y conociendo, sobre todo, sus características particulares y cómo es que aprenden de forma significativa.
Katherine señala que, si bien todas y todos los estudiantes tienen la capacidad y el derecho de aprender y demostrar sus talentos en las escuelas, por mucho tiempo las personas con discapacidad han sido excluidas y segregadas del sistema educativo, debido a los estereotipos y prejuicios que la sociedad ha construido sobre ellas y ellos. Por un lado, se resalta que las personas con discapacidad intelectual presentan una serie de barreras que limitan su posibilidad de acceder a escuelas regulares; por ejemplo, se les condiciona la matrícula, se les incluye de manera parcial, algunos docentes se niegan a realizar ajustes razonables o a planificar sus sesiones de clase basándose en un diseño universal del aprendizaje (DUA), etc.
Otra comunidad que necesita ser valorada e incluida al sistema educativo regular son las personas sordas o con discapacidad auditiva, quienes exigen que se cuenten con los recursos humanos indispensables para recibir una educación de calidad; en este caso, docentes que sean modelos lingüísticos capacitados e intérpretes de Lengua de Señas Peruana.
Katherine también cuestiona que algunos profesionales de la educación suelen usar etiquetas o categorías para caracterizar a los estudiantes con discapacidad. Antes, solían ser llamados como estudiantes especiales y ahora, que la educación inclusiva es un derecho normado en nuestro país, se suelen llamar “estudiantes inclusivos”. Ante ello, Katherine resalta que todos los estudiantes, en algún momento de su trayectoria educativa, requieren de apoyos específicos para optimizar su desarrollo integral. Por lo tanto, no es necesario etiquetar a los estudiantes con discapacidad como “inclusivos” o permitir que sus diagnósticos médicos se conviertan en un pronóstico de lo que es capaz de lograr a futuro.
Por otro lado, ella también reconoce y resalta el compromiso y responsabilidad de los docentes para abrazar la diversidad y reconocer las diferencias de sus estudiantes como oportunidades de enriquecimiento para todos y todas. En ese sentido, sugiere tener cuidado con la palabra “diversidad” como etiqueta, que, si bien es un avance en comparación a cuando se mencionaba que un estudiante es “inclusivo” o “especial”, un estudiante “diverso” se puede convertir en un eufemismo y una forma de etiquetar, incluso sin querer. Ella nos recuerda que todas y todos nos caracterizamos por nuestra diversidad inherente.
Nos gustaría reflexionar en el fin máximo de la educación… ¿para qué educamos?
Por mucho tiempo, las instituciones han distribuido a los estudiantes solamente por su diagnóstico, cerrando puertas y cortando alas.
Pero a partir de esta nota, podemos decir que, por ahora, el colegio debe cambiar su mirada, no debe verse sólo como una institución donde aprendes a sumar, restar, leer. Sino, ver a esta institución como un espacio para aprender a convivir con los demás, para respetar nuestras diferencias y descubrir nuestros talentos.
Katherine considera que el modelo educativo debe transformarse a un enfoque inclusivo que evite segregar a los estudiantes y se deje de elegir quienes sí y quienes no tienen derecho a aprender en las escuelas regulares: las niñas, los niños y jóvenes peruanos tienen derecho a educarse en las escuelas más cercanas a sus hogares.
Como cuestionamientos a la educación inclusiva, se suele pensar que esta representa un costo más elevado para su implementación. Sin embargo, Katherine comenta que las investigaciones certifican que la educación inclusiva no necesariamente tiene un precio más alto que la educación especial. Por el contrario, es una gran oportunidad a largo plazo para que los estudiantes, sobre todo aquellos con discapacidad, puedan transitar sin barreras hacia la formación técnica, universitario o hacia el área laboral, lo cual permite que sean parte de la población económicamente activa.
Pandemia y educación virtual
Katherine nos comenta que la crisis de salud a causa de la COVID-19 ha perjudicado a muchos estudiantes con discapacidad, ya que se han profundizado las barreras existentes, más aún en quienes no cuentan con los recursos económicos para acceder a los servicios básicos y tecnológicos. No obstante, si se tiene que rescatar los puntos a favor, la educación a distancia ha permitido que los docentes tengan un vínculo más cercano con las familias y puedan fortalecer sus lazos de comunicación a través de los recursos tecnológicos. De esta forma, las familias y los docentes están valorando que cada quien tiene saberes valiosos y cumple un rol fundamental en la educación de los estudiantes.
Si bien el bicentenario y el escenario político actual está generando angustia e inestabilidad, Katherine nos regala una reflexión que quisiéramos compartir con ustedes:
Tal vez no tengamos cambios desde las voces presidenciales, pero tenemos las voces de la ciudadanía y eso es lo que cuenta. Formemos a los profesionales para que puedan contribuir con sus saberes técnicos, involucremos a las familias que son los verdaderos expertos y son quienes conocen mejor a sus hijas e hijos, valoremos el esfuerzo de los docentes quienes están comprometidos con brindar una educación de calidad a cada uno de sus estudiantes, considerando sus historias personales, familiares y sobre todo resaltando sus fortalezas y potencialidades. Evitemos las etiquetas y no dejemos que el diagnóstico de un estudiante sea su pronóstico; por el contrario, estemos atentos y escuchemos, en primera persona, a los estudiantes para conocer sus deseos, expectativas y necesidades de apoyo.
A manera de conclusión, la educación inclusiva es un proceso, un enfoque transversal, un principio ético y sobre todo un derecho que debemos hacer valer en nuestra sociedad. Para lograrlo, necesitamos el compromiso de todas y todos, ya que, desde nuestro quehacer cotidiano, podemos reconocer nuestras diferencias y valorarlas como parte de nuestra riqueza y diversidad cultural. Las y los dejamos con una última reflexión:
Si desenfocamos lo que entendemos por escuela aparecen el valor de la amistad, el tiempo desregulado, la potencialidad del arte, el amor al conocimiento, el camino a la escuela, la compañía silenciosa, el aprendizaje incontrolado, el valor de la vida, el tiempo del ser… La escuela, la comunidad educativa, puede constituir un espacio de transformación de la humanidad aquí y ahora, un espacio de oportunidades para todas y todos.